Llegaba junto con mi hermana a una especie de mercado
que recordaba al del festejo por el año nuevo chino en la Ciudad de México.
Allí teníamos la seguridad de encontrarnos con algunos familiares sin antes
haber quedado necesariamente de acuerdo, tal como haces al llegar a una fiesta
familiar. La primera en encontrarnos es la senil abuela paterna, quien nos mira
y saluda con alguna de sus extrañas frases que comunican un presentimiento
remoto y confuso de reconocernos. Se ve físicamente saludable, casi tanto como
en mi infancia. Al parecer la saludamos con un abrazo, ambas hermanas a la vez,
mientras miro más allá veo avanzando hacia nosotras sin vernos a mi tía que
vive en Nueva Jersey; probablemente vino de visita. Entonces voltea la mirada
hacia nosotras y pienso en si me reconocerá, sonríe. De algún modo tengo la
–por alguna razón- no tan extraña sensación de que mi papá estará allí en
alguna parte.
Entonces aparecen promotoras de preservativos por todo el mercado, y sin una razón en concreto me encuentro deseando que me regalen algunas muestras, pero no lo hacen. Más tarde me voy enterando (o recordando) que mi gran Maestro, el de los rubios dreads se encuentra también por ahí. Entonces me pierdo entre el mercado (- Ahorita vuelvo) en su búsqueda, o tal vez en busca de algo que ya no recuerdo. Al final no encuentro nada y regreso a donde dejé a mi hermana, camino unos pasos más y encuentro a un lado una puerta abierta a la que entro y ella está allí, y mi madre, en una habitación que no sé si definir como accesoria o cochera, y también está Él. Los encuentro conversando, conviviendo y al verme entrar Él me sonríe como si fuéramos grandes amigos. Intercambiamos un par de palabras, creo acerca de si cantaría; entonces toma una sencilla bocina con micrófono, algunas personas presentes nos sentamos a escucharlo intrepretar acapella una hermosa canción que no recuerdo. Al terminarla está por irse, se despide, se desconecta, intercambia unas palabras con mi familia y se dirige a mí; de frente me dice algo como “Me voy para Perú a unos gigs, vení conmigo”. El mundo se abría ante mí, mariposas de emoción me invadieron el vientre y el pecho pero en mi mente el único pensamiento que cruzó fue mi pequeña hija. Tardé en responder pero mi Maestro esperaba con paciencia, mirándome, y finalmente dije “Aún no es momento…”
Entonces aparecen promotoras de preservativos por todo el mercado, y sin una razón en concreto me encuentro deseando que me regalen algunas muestras, pero no lo hacen. Más tarde me voy enterando (o recordando) que mi gran Maestro, el de los rubios dreads se encuentra también por ahí. Entonces me pierdo entre el mercado (- Ahorita vuelvo) en su búsqueda, o tal vez en busca de algo que ya no recuerdo. Al final no encuentro nada y regreso a donde dejé a mi hermana, camino unos pasos más y encuentro a un lado una puerta abierta a la que entro y ella está allí, y mi madre, en una habitación que no sé si definir como accesoria o cochera, y también está Él. Los encuentro conversando, conviviendo y al verme entrar Él me sonríe como si fuéramos grandes amigos. Intercambiamos un par de palabras, creo acerca de si cantaría; entonces toma una sencilla bocina con micrófono, algunas personas presentes nos sentamos a escucharlo intrepretar acapella una hermosa canción que no recuerdo. Al terminarla está por irse, se despide, se desconecta, intercambia unas palabras con mi familia y se dirige a mí; de frente me dice algo como “Me voy para Perú a unos gigs, vení conmigo”. El mundo se abría ante mí, mariposas de emoción me invadieron el vientre y el pecho pero en mi mente el único pensamiento que cruzó fue mi pequeña hija. Tardé en responder pero mi Maestro esperaba con paciencia, mirándome, y finalmente dije “Aún no es momento…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario